11/1/09

Pattie, George & Eric.

Manuel de la Fuente | Madrid
Martes, 06-01-09
http://www.abc.es


Iba para modelo, que no era poco en aquel Londres de los primeros sesenta, aquel «swinging London» de optimismo y buenas vibraciones, pero la historia del rock le tenía reservada una de sus más exclusivas páginas. Y por partida doble. Porque Pattie Boyd, una de esas caras y cuerpos (salta a la vista, con su abrigo de piel de zorro rojo, diseñado por Twiggy) que sólo cabe imaginar en el catálogo en color de la década prodigiosa, fue la santa (y nunca mejor dicho), de George Harrison y de Eric Clapton.

Y de ambos, y de aquellos maravillosos años, y de otros, y de los Beatles, y del mundo del rock and roll, de los usos y abusos de las drogas y el alcohol, de la moda, da buena cuenta en «Un maravilloso presente» (Editorial Circe), una autobiografía nada condescendiente, ni siquiera autocomplaciente, en la que no se muerde la lengua, pero sin acritud, que dijo el otro.

Pattie Boyd amó intensamente a ambos artistas, y también los padeció. A ellos, y a sus egos. A ellos, y a sus vicios. A ellos, y a sus virtudes, que también las hubo. El primero, George, al que conoció durante el rodaje de «Qué noche la de aquel día» en marzo de 1964, se quedó en la Babia de la espiritualidad (y unas gotitas de LSD, y unas briznas de marihuna) tras su viaje a la India en pos de las enseñanzas del Maharishi Mahesh Yogi en 1968. Harrison se quedó colgado, de alguna estrella probablemente, y no bajó a menudo a la tierra desde entonces.

Y el segundo, Mano Lenta Clapton (colegón de Harrison, para más inri) tampoco le dio buena (be)vida, la actividad principal, la de empinar el codo, del guitarrista durante muchos años, además de la de ser uno de los más finos estilistas guitarreros de la historia del rock and roll....

Dejemos que Pattie tire del hilo de su memoria y del flechazo con George: «Con sus suaves cejas marrones y su pelo castaño oscuro era el hombre más guapo que había visto nunca. Estar cerca de él era electrizante. Cuando el tren llegó a Londres y terminó el rodaje, me quedé triste de que se acabara ese día tan mágico. Como si George me hubiera leído el pensamiento dijo: ¿Quieres casarte conmigo?».

Pattie y George ya son novios. Y se beben la vida (y lo que no es la vida) a grandes tragos: viajes, la pasión por los coches, el acoso de las fans, los vinos caros, los restaurantes más caros, la ropa, el diseño, las fiestas legendarias y hasta el amanecer, los felices sesenta en todos sus colores y sabores, cuando vivir el pop era vivir una película mágica, siempre con final feliz, como el de su boda, el 21 de enero de 1966.

Por el camino hubo redadas y hubo días de vino y rosas, y noches de vino y drogas: «Formaban parte de nuestra vida en aquella época y eran una fuente de diversión. Muchas de las canciones de los Beatles eran inducidas claramente por las drogas pero ellos iban de buenos; gustaban a todo el mundo.... Los Stones eran los chicos malos, abiertamente sexuales, disolutos y peligrosos. Si hubieran sabido...».

Mira qué canción he escrito
Pero las relaciones entre George y Boyd empiezan a enfriarse. Por si faltaba alguien, apareció Eric «Mano Lenta» Clapton. La llamaba por teléfono, le escribía cartas, y le escribía canciones. Y qué canciones. Así no hay quien se resista. «Encendió la grabadora, subió el volumen y me hizo escuchar la canción más poderosa y conmovedora que yo había oído nunca. Era «Layla»».

Poco después, de buen rollo, eso sí, que para algo eran colegones, el propio Clapton le suelta a su amigo George: «Tengo que decírtelo, tío, estoy enamorado de tu mujer». Pattie se va con el beatle, y al día siguiente Eric le hace chantaje emocional, y del caro, bolsa de heroína en mano: «Si no vienes me tomaré esto». Dicho y hecho, dicho y esnifado. Y cumplió su amenaza durante tres años. Pero lo de Pattie y George, cada vez más meditativo (o meditabundo) no funciona.

En el verano del 74 Pattie le abandona y se va de gira con Clapton: «Era una pasión embriagadora e incontenible». Y para Eric, durante años, lo que fue incontenible fue beber. Pero no sólo engañaba a Pattie con la botella. Hubo otras mujeres en la vida de Eric. Y hubo un niño, Conor (que tras su trágica muerte inspiraría al guitarrista «Tears in heaven») y hubo, finalmente, un divorcio, en 1989. Luego, para Pattie llegó el turno de reconstruir su vida lejos de los mitos, lejos de las leyendas, como fotógrafa. Y de las buenas. Atrás quedaban sus años de novia del pop. Novia del pop, y por partida doble.

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