25/10/08

Andrés Calamaro. Quito/23/Octubre/ La honestidad es una obligación 2008

La historia siempre es larga, porque si hay historias cortas la memoria insiste en recortarla a su absoluta gana y manera. Desperté el 23 en el ojo del huracán, el silencio en mi eternidad tuvo la agresividad de alejarme de ese día, de todos mis pensamientos anteriores, sin miedos, con el pecho entero, en el ojo muy abierto del huracán.


El 22 de octubre en el Swiss Hotel de Quito, en otra movida divida del destino y de esas pocas posibilidades humanas, Andrés Calamaro se presentaba al país frente a mí, tuve el momento y la sonrisa adecuada, regalo del infinito, está claro.


Sus manos cantan en un movimiento anti-ritmico y desconcertante, acompañan a sus palabras, a sus ojos, a su cabeza en cualquier lado astral o bastante terrenal, dolor y miedo vencido.

Mencionaba palabras que hubieran (y lo hizo) confundir a las personas que no manejan el alfabeto del rock, en cierta manera un rock profundo y atiborrado de tonalidades que tienen la virtud de desgarrar al corazón, del rock perdido, sí, porque perdido está, y que linda fortuna tener la valía para buscarlo indefinidamente, júbilo y valor para enseguida devorarlo con todo su veneno adentro, late y late el corazón, bien & mal.


¿Qué? ¿Quién Es el Salmón?, lo escuche varias veces por las veredas soleada y gris, de está ciudad confundida, la mayoría eran mujeres, había corrido la noticia, se hacia realidad la más absurda fantasía de algún loco y próspero sueño de vidas atrás.


Pasó el día, en perenne tranquilidad, la tranquilidad que crea la tormenta del futuro, la tranquilidad antes del big-bang. Eran las dos de la tarde y apure a la Calamarence por excelencia, la croata cerveza Zharmat, rubia y fría para empezar vida en trance,

desperdicie la mediana tarde en pintura y música, los colores vuelven de algún viaje, se ven más jóvenes y con ganas de imaginar mil veces más acaso todo lo imaginable.


Pasaron saludando dos Pilsener también rubias, y ya el alma vestía sus atuendos para viajar por canciones que las emociones tararean, Charly había quedado atrás en cuanto a la música de ese día, camine a Honestidad Brutal, magia secreta y evidente, fuerza que logra golpear con dolorosa genialidad a nosotros, los corazones abiertos y sangrantes, a nosotros de piel con sus poros como oídos abiertos, que no temen a sentir el erizar, sentir las espinas clavarse en cada nota cantada con obsesiva fiereza, de un amor escapado.


Salí de casa, salí de líos, salí en busca de buenos líos, el Coliseo General Rumiñahui, desplegaba a sus alrededores todo tiempo de tiempos. Amigo Gabo que también llego, con la esperanza y el delirio en forma de botellas, dos botellas, que sin razón y con toda la gnosis saboreamos buscando la inspiración de aquel salmón, de mi amigo Andrés.


Entramos traficando una botella de veneno, y es fácil hacerlo cuando los policías están distraídos (común & fortuna), y ahí continuamos un poco más cerca, eran ya las siete y cuarenta y la botella sola busco un escondite, despedimos y entramos a Deep Camboya en latitud cero. Ya nada de nuestra parte podría fallar, ahora todo dependía de los músicos.


El huracán, del 23, en el ojo donde desperté había cumplido su ruta, el silencio se trasformaba en estruendo, furia en ruido, no tenia antecedentes serios de los conciertos de Andrés, ni de sus más recientes, la paz del huracán, la paz de la tormenta me habían mantenido al margen, navegando por otras ondas Dylaneanas, Hellvilleneanas, es verdad que en la piel de mis emociones están tatuadas las letras de Andrés, he crecido siendo extrañamente salvado por su música, seré un tipo sensible al amor y al dolor, guerrero valiente también, pero no poseo credencial de eternidad, así que rápido rápido debo asegurarme en hacer todo lo que no pienso.



Me atrapó la puntualidad musical en el asiento 38 de la tercera fila, me deje abandonado para encontrarme.


Vi salir a Andrés de la oscuridad, con una flor blanca en la mano derecha, emoción incontrolable, creo que nunca antes sentí al rock arraigarse a mi alma musical y primal, tan inminentemente, acordes con fuerzas se presentaban, la canción El Salmón, dulce época de evolución interior, en busca del coronel Kurtz. Ya todo se había roto.


Calamaro expuso su tesis, sin menor cautela que tocar y tocar bien, con la rapidez que un motor necesita para luego explotar en destello y fuego, para no poder parar más, un rojo vivo que nace de un agujero negro, versando pensares, se desatan los paso de baile de la emoción, del ahora para siempre, de un momento eterno con ganas de quedarse.


Calaron hondo cada una de las canciones-versiones, Chicas, Los chicos, la monumental y fiel Estadio Azteca, El día mundial de la mujer (gloriosa versión maldita), los aventurados tangos, que tangos¡¡¡, mensaje cifrado con lenta emoción, se empañaba la noche, ardía alma y frente, estaba Andrés cerca, podía ver los gestos de sus ojos ocultos bajo esas oscuras gafas, que solo Bob y él, tienen el derecho de lucir y cantar a al vez,

su voz al gritar, ese grito, de tono alto, cuando sea por lo que sea, es parte de la canción cualquier improvisación cualquier malestar por no estar, un calamar colgado con sus tentáculos circulares y naranja era testigo de los derroches de alegría que todo el mundo dentro del cosmos big- bang Calamaro de esa noche, noche despertar, sin decir mucho el Andrés, ocupo las canciones para decirlo todo, hay un toro en su Telecaster, un toro que sabe donde y como ir, es animalización perderse en las canciones de esta manera, ir dentro, deep, deep, de cada sonido sentimental, de golpe en la cara a las buenas virtudes que no pueden aprender a vivir sin algo más que aire y lejanía espiritual.

Fantasía vuelta realidad, con sus golpes y baches y heridas y Zharmat, fue Calamaro genial y desgarrador, un volver a nacer, un corazón que volvió a latir por si sólo, abrió las llaves dejando ir lo que se aferraba a mi, a este cabeza, en esta ocasión en vez de ser fatal refugio la música de Calamaro, esa noche por la cercanía e intensidad fue una alucinación que curó, un bálsamo que en dos horas y media reparó en mi, más que mil años de perdón, y de algunas maldiciones que son mis elegidas cruces.


Al comienzo y al final siempre son canciones, nada más que canciones, la canción que genera Andrés lo borra a el como sujeto, es la canción la que se exteriorizó esa noche, brindo por los Rodríguez uno y cada uno de ellos, por mi querido Bob Dylan; sujeto maldito y sabe de la maldición, al también tierno e inocente Bob Marley, diciéndome por la garganta de Calamaro que todo va a estar bien…¡como lo creí!, como dejó en mi un manto de blanca emoción, no me fije tampoco en ahorrar punzadas al alma, piel de gallina, cerca de lagrimas, o simplemente ahogado en sentimiento. grité gracias Andrés, y el sonrió con la seguridad de la honestidad en mis gritos palabras, gracias Andrés!!!, soy un poco así también por ti.


Desperté el 23.

1 comentario:

Anónimo dijo...

http://malditopayaso.blogspot.com/

HONESTIDAD BRUTAL