23/1/08

Poesía de Baudelaire en un parque I

Tal vez fue esa soledad, purificada alternativamente por la desesperación y el aburrimiento, lo que le dio a su poseía ese calor inconfundible, esa rara intensidad, la temperatura nerviosa y alucinante que queda impresa en los poemas

En realidad, vivió siempre al margen de los hombres, incomunicado, incomprendido. Distante de su madre, apegado a amantes que desconocen su verdadero mundo interior, Baudelaire pasea su soledad por un planeta incoloro, por un paisaje lunar, sin esperanza. Su pasión erótica parece ser un loco anhelo de salir de esa soledad angustiosa, de ese tedio enloquecedor

Sastre observa que “si la nostalgia de un más allá, la insatisfacción, el desborde de la realidad aparecen por doquier en su obra, Baudelaire se lamenta siempre desde el seno de esa misma realidad”

Es el simple deseo de huir, no importa a donde, hacia el cielo, el infierno o el aniquilamiento. Es lo que el poeta expresa en el final de su poema “el viaje”.

-“¡Oh muerte, vieja capitana, es tiempo!
¡Atedia esta región¡ ¡Levemos anclas!…
que, incendiando el espíritu, deseo
sumergirme hasta el fondo del abismo
-¿qué importa Edén o Infierno?-,
¡llegar por fin al fondo
de lo ignorado en busca de algo nuevo!



Viejecitas decrepitas: “¡Estos monstruos deformes fueron antes mujeres”; con sus ancianos como salidos de otro mundo infernal (“Los siete ancianos”), que hacen sentir un vértigo al poeta, en el limite de la demencia; con sus ciegos que avanzan, como sonámbulos y autómatas, buscando un misterio invisible en la altura; con sus borrachos y drogadictos, sus mendigos, de pronto el relámpago de una mujer hermosísima que el poeta habría amado amar (“A una que pasa”); con sus prostitutas, que le ofrecen una repugnante y momentánea liberación; con sus lluvias invernales y sus brumas de otoño; allí habita el poeta, incomunicado, solo en la ciudad inmensa que le maldice (“Bendición”) y cuyo propio genio no le permite convivir con sus semejantes como al albatros prisionero.

“Sus alas de gigantes le impiden caminar”

También aparece insistentemente el vino, que embellece la vida y que, al unirse místicamente al poeta, engendra la rara flor de la poesía, que se abre hacia Dios (“El alma del vino”); el opio y el haschisch, que un instante levantan el espíritu atediado hasta un deslumbrante palacio -espejismo que permite llegar al fondo de la propia alma-, antes del terrible despertar:

“Abrí los ojos delirantes
y vi el horror de mi buhardilla,
sintiendo, al regresar a mi alma,
que las zozobras ya volvían.

“Con fúnebre acento anunciaba
que era medio día el reloj,
y sobre un mundo embrutecido
vertía tinieblas el sol”.


fuentes: amigo Sastre, amigo Huxley.
especialmente a Andrés Holguín 1918-1989.


Las flores de Baudelaire son para mí desnudos olores bajo el sol brillante, y es que realmente creo imposible escribir algo sobre algún verdadero poeta. Jugar a las adivinanzas en la mísera y a la luz de la oscuridad, no es digno, y las palabras no alcanzan el poder de las palabras de la poesía. Aquellas están cargadas de algo abrumadoramente inexistente y totalmente independiente, pendiente de un mundo interior único, vasto como cualquier universo o pequeño universo. (EduardoM dixit)

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